ALICANTE | Acción en Alicante en conmemoración del accidente nuclear de Chernóbil

  • Ecologistes en Acció reivindica la necesidad de cerrar la central de Cofrentes para evitar una nueva catástrofe nuclear

El pasado sábado, miembros de Ecologistes en Acció del País Valencià han conmemorado con una acción de denuncia en Alicante el grave accidente nuclear de Chernóbil, del cual este lunes 26 de abril se cumplen 35 años. En el acto realizado, el grupo de activistas ha reivindicado la imperiosa necesidad de cerrar la central nuclear de Cofrentes, en la comarca valenciana del Valle de Ayora. Y es que Cofrentes podría devenir otro Chernóbil en cualquier momento. Ese es el mensaje que Ecologistes en Acció ha querido transmitir a través de un juego de pancartas mediante el cual la palabra «CHERNÓBIL» se iba transformando en la palabra «COFRENTES». Pero, desgraciadamente, Chernóbil y Cofrentes no comparten solo letras, sino una lamentable realidad que ha sido expuesta y denunciada en el manifiesto que se ha leído para concluir la acción.

El acto ha tenido lugar frente a la Subdelegación del Gobierno para expresar el profundo rechazo de la organización ecologista hacia la actitud irresponsable del gobierno, que renovó a finales de marzo la licencia de explotación de la central de Cofrentes hasta el 2030.

35 años después… ¡Chernóbil nunca más!

¡HAY QUE CERRAR COFRENTES!

El 26 de abril del año 1986 explotó el cuarto reactor de la central nuclear de Chernóbil. Este tamaño edificio albergaba una verdadera bomba de relojería de unos 14 metros de largo y 7 metros de alto. Nada del otro mundo; pero sí algo que nos hizo pasar a otro mundo. En tan solo unos días, el aire, el agua, las flores, los árboles, los bosques, los ríos, los mares, los animales… toda forma de vida irradiada se convirtió en potencialmente peligrosa para sí misma y para las demás, incluyendo, por supuesto, al ser humano. Ucrania, Bielorrusia, Rusia, fueron los países más afectados, pero la radiación viajó hacia otros territorios para llegar, pasando por Europa, hasta la India, Japón, China, Estados Unidos, Canadá… En menos de una semana, Chernóbil devino un problema para el mundo entero.

Hoy, 35 años después, todavía quedan muchos datos por esclarecer acerca de las consecuencias del accidente, pero los devastadores efectos de la radiación sobre el medio ambiente y la salud pública son innegables. Contaminación de las aguas, por lo tanto, también de las plantas acuáticas y peces. Contaminación de los suelos, por lo tanto de las plantas, y de toda la cadena alimentaria. Malformaciones en roedores y pájaros, anómalo crecimiento de los árboles. La alta exposición a sustancias radioactivas del personal de la central, de los tristemente famosos «liquidadores», enviados in situ para «limpiar» el terreno, y de la población viviendo en los territorios más cercanos generó muertes directas y enfermedades, particularmente en la población infantil (cáncer de tiroides, malformaciones).

Demasiado poco se ha hablado de la explosión de Chernóbil para el acontecimiento que supuso… y sigue suponiendo. Algunas sustancias radioactivas seguirán presentes en los suelos durante siglos, como es el caso del cesio. Se estima que al menos 5 millones de personas siguen viviendo en zonas contaminadas, ingiriendo a diario sustancias radioactivas. Las consecuencias sanitarias de esta exposición crónica han saltado a las siguientes generaciones, en las que se siguen observando altas tasas de enfermedades y mortalidad. Y podría ser peor. El reactor estropeado, aunque cubierto por un moderno sarcófago, sigue albergando el 97 % de residuos radioactivos, constituyendo así, todavía a día de hoy, una amenaza real.

Y será peor, mientras no haya una voluntad política real de ocuparse de este asunto, desmantelando de forma responsable las instalaciones nucleares existentes. Pero parece que no hemos tenido suficiente con Chernóbil, ni con Fukushima. Hace unos días, se anunciaba la decisión del gobierno japonés de verter al mar las aguas tratadas, pero todavía muy contaminadas, de la central nuclear de Fukushima. Hace unas semanas, nuestro gobierno optó por prolongar la vida de la central nuclear de Cofrentes, una central que ya ha vivido demasiado. Cofrentes estaba diseñada para vivir 25 años, cumple este año 37, y pretenden hacerla durar hasta el 2030. Este alargamiento de vida resulta muy provechoso para unos pocos bolsillos, mientras supone un auténtico despropósito medioambiental: una ya larga lista de accidentes, que no hace más que crecer, al igual que los residuos altamente radioactivos, para los cuales no existe solución de tratamiento. Unos riesgos innecesarios, pues sabemos que la energía nuclear se puede sustituir por otras menos contaminantes y menos peligrosas. Cofrentes ya es peligrosa, y lo es potencialmente mucho más de lo que nos gustaría pensar. ¿Qué pasaría en caso de accidente grave? ¿Podría Cofrentes dar lugar a otro Chernóbil?

Al prolongar la vida de Cofrentes, el gobierno nos ha sumido en un riesgo permanente, porque Cofrentes puede pasar a ser Chernóbil en cualquier momento. Y no se trata solo de un juego de palabras: ni es un juego, ni son meras palabras. Porque hay palabras y palabras, y algunas palabras se dan, y si se dan, es para actuar, para transformar la realidad. En su día, el PSOE nos dio su palabra, prometiendo que Cofrentes no cumpliría más de 40 años. Estamos hablando del 2024.

Señoras y señores gobernantes: acuérdense de Chernóbil, piensen en Cofrentes, y en todas las que quedan, y ciérrenlas. Ya.